domingo, 12 de septiembre de 2010

General Urrutia I

General Urrutia

/preludio/

Repentinamente sonó la canción que no esperaba, dejo las llaves en la mesa, y se detuvo un poco a escucharla, su juventud se revolvía en un vaivén psicodélico, que le impedía destrabar su cuerpo, las correrías en las calles, cerveza y zorras baratas, le roían los labios, como recordándole lo sagaz que fue, esa misma canción, le había valido tantas noches de juerga, de represalias samaritanas que lo encapsulaban en la escoria social, el bullicio del estribillo le llevo a tocarse las cicatrices de la cara, y los nudillos se regocijan de recordar, la cantidad de dientes , de bastantes pendejazos que los reclamaban, pero nada comparado al coro, ese que sabía de memoria, y que su cuerpo fantasioso le pedía cantar, primero comenzó lento, como aquella vez que se tiro a Susana en la parte trasera del bus, pero luego canto a viva voz, fundiendo su recuerdo, mientras vapuleaba al pobre chico judío en el barrio de sus abuelos, -ah hermosa juventud le decía la sangre reseca de sus venas-. Se quito el abrigo fino que le arropaba, y se desabotono dos ojales en la camisa, fue directo a su mini bar, y sirvió el conagc, de noventa dólares la copa, se sentía realizado, esa canción le devolvía lo jueputa a la carne, sus dientes apertrechados en oro, hacían el juego perfecto con sus vasos de elegante cristal, y la charola de plata donde el alcohol reposaba, le brindaba un aire jubiloso al maltrecho anciano. La peculiar canción llegaba a su parte culminante, el viejo caminó hacia la estantería de jamás leídos libros, y tomo los habanos, aquellos que había quitado a un viejo revolucionario cuando entro a robar a su casa, esos viejos tiempos no volverán; se pasaba por la cabeza, abrió la caja de habanos, y dentro había algo que le regreso una sonrisa casi infantil, un habano y un pequeño revolver, -Con eso no mataras a nadie le decía un joven en su cabeza- Oh pero este se equivocaba, este cabron ya había trepanado unos cuantos necios con esa Insulza chinampina. Rebano el habano con su cortadora de oro, saco los cerillos de su bolsa, y lo prendió fugazmente, el sabor era asqueroso, nunca le gustaron esas porquerías, solía fumarlos con sus camaradas políticos, y una que otra puta de los arrabales, lo dejo a un lado, la canción ahora disminuía de tono, la voz roncosa de lija iba lentamente apagándose en una fatua melodía disonante, el decrepito tomo el revólver, lo acomodo en la sien y jaló el gatillo, el golpeteo del martillo, le quedo tan grabado en la memoria, que al momento de despertar cuadripléjico en la cama del hospital, maldijo a todo el universo, con esos ojos de serpiente que aun le centellan en las cuencas.

No hay comentarios: