miércoles, 2 de diciembre de 2009

El embrujo de los dias

El embrujo de los días.


Yamer se desdibujaba preocupante, el sudor recorría vertiginosamente las estribaciones de su rostro, los ases ocasionales de la metralla delataban su bien pertrechada guarida, la centella del tabaco ya se le consumía en la cara, sus manos se deslizaban torpes, acosadas por la gélida mordida del invierno, los viejos ojos, en vano, trataban de buscar una esperanza nula; Las correrías sobre los callejones hacían retumbar las escalinatas; Yamer cargaba el fusil, y rezaba; Las vendas de su cuerpo comenzaban a llenarse copiosamente del carmesí de sus entrañas, la sangre le escurría por la boca, su temple se quebrantaba y caía abatido, todo era fugaz, como el sueño virginal que se ve levemente entorpecido por el amanecer del mundo, su cara pretende llorar, pero sus músculos no responden, está seco desde el interior, logra extender un poco sus brazos, trata en vano de mover su mortecino y cadavérico cuerpo, cree tener un dolor en las piernas, se toca y no siente nada, y aun sabiendo que esta por morir, se vuelve a asustar, se contorsiona en su lecho pedregoso levemente sacado del gris por el clamor de su sangre, logra mover el torso, y contempla que la mitad de su cuerpo ya no está, se arrastra de patética forma hacia la luz de los candiles lejanos, detrás suyo, se extiende el rastro de la presa quebranta, el viento resopla en la pedaceria de su cuerpo, los sentidos, en desvanecimiento, captan unos pasos detrás suyo, sus ojos se desorbitan del temor, se escabulle como un ser reptante, quiere llegar más pronto a la luz, tal vez a buscar ese camino luminoso que la muerte ofrece, pagar al barquero y salir del lugar, pero no puede, se frena de golpe, con el pedazo de espina que aun le sobra se le eriza la piel, voltea y ve a la bestia que le pisa las entrañas, que se posa sobre las viseras y le prohíbe avanzar, ve su risa monstruosa, la inclemencia expedita en carcajadas, cree poder reconocer la forma, pero cuando la luz toca el monstruoso esbozo se despedaza y cae desvanecida.
Tomo con firmeza una granada, antes de poder lanzarla, mis manos detectan sus bordes cuidadosamente ensamblados, su metal que tanto y tan gustoso regala las esquirlas, la arrojo sobre mi cabeza, el sonido que hace al caer se disimula por la sangre de Yamer, el lugar se llena del silencio somnoliento, el tiempo gusta detenerse antes de cualquier acometida, la explosión arroja un vetusto sentimiento de nebulosas escarlatas y polvorientas llamaradas, aprovechando la conmoción corro sobre los escombros de la vieja capilla, tropiezo con los centenares de cadáveres, que se unen en la alfombra lánguida del mundo, sus manos inertes no vacilan en tomarme dentro de pesadillas inacontesidas, logro safarme, y habidamente trepo hasta una torre del viejo campanario, el halo de oxido que envuelve la ciudad, refleja el paramo desolado en que se ha convertido nuestra morada, cuidadosamente escudriño con atisbo el lugar, el azul metálico arrebata el cálido escarlata del firmamento, y alcanzo a desentrañar una sombra que se mueve carmesí sobre las callejuelas, cargo el rifle velozmente, el mecanismo se traba un par de veces, el sudor me increpa y las manos se me vuelven torpes fideos, finalmente se carga el compartimiento, apunto a la tambaleante figura, mi organismo cesa sus funciones, mi dedo inquisidor comienza lentamente su indetenible marcha, cuando no queda ni un suspiro ante el disparo, creo dilucidar una forma femenina y en el ultimo lamento erro el tiro hacia la nada, me dejo caer sobre mis piernas, la locura comienza a devorarme, y trata atinadamente de llevarme a lugares arcanos de inhóspito placer, por un momento me entrego a la demencia, la dejo bailar en mi ser y le concedo un último valse al infinito, tomo mi cantimplora que está llena de licor y la bebo de un trago, bajo de unos cuantos pasos de la torre, y canto desangustiado entre los ecos profundos de la ciudad, llego oscilante al mortuorio recinto de los restos de Yamer, una vil porosa cantera de la calle, creo escuchar una risa femenina, me consagro como un loco total, pues no se ha visto una mujer en estas tierras desde ha tiempo ya, me siento sobre un pedazo de escalinata y dejo mi cuerpo yacer, pero la risa quebranta mi estático goce, una figura se presenta ante mí, irradiaba una luz que acongojaba el corazón, su calor monárquico seco sin más mis lagrimas, la beldad con la que se ensalzaba, inundaba la moribunda tierra, su seráfica mirada penetraba a través de la peña y la carne, parecía estar apuntando directamente a mi corazón, yo no estaba feliz, sabía que en cualquier momento, mi cuerpo yacería extendido por los rincones polvorientos, Nunca debimos entrar en pie de guerra con el reino de los firmamentos.