lunes, 28 de febrero de 2011

Sacrilego Advenimiento

I

El cascaron que fue su humanidad finalmente sucumbió, ningún coro de ángeles estuvo alguna vez para él, esa noche de repentino vaho sanguinolento acaeció, y ningún ángel sus fanfarrias clamó.

Solo miró por el rabillo una vez más, su piel yacía yerta, desfigurada; un plástico recuerdo entrecruzado de su citadino y apologético ser de otrora, no había piedad en el cobijo de sus años, de los tiempos bramantes que se fueron, de las cadenas que aun le atormentan las entrañas, esa piel, se quedo estática, descomponiéndose antes las atónitas miradas, débil muchedumbre de tejidos, huecos suvenir de accesorios adoctrinantes, y modas venideras, se pudrió ante el atisbo, se volvió una masa de pasados, pelos y necedades, de autoengaños proclamados bajo el véspero firmamento, pero ni su propia piel puede sostener tal encuentro, comenzó a reptar por los acantilados de la memoria, y se fue lentamente en un agusanado vaivén, retirandose hacia los confines de su penosa morada, la escoria de sus acciones quedaba atrás, el cascaron; pútrido fermento de sanguinolenta y salitrosa pétrea epidermis, había quedado en el olvido, y aun no se atrevía a verse en el reflejo; ¿qué nuevo yo había salido de entre la maraña del pasado’, ¿qué nuevo ente había sido autoconcebido en el agónico estertor del flagelo infligido?, canónico maltrato que lo llevo a involucionar, para suerte suya, por debajo de aquellos humanos, de ser mas bestia, pura y libre. De romper aquellas cadenas que alguna vez tuvieron nombre, Ahora debía llamarse así mismo, debía proferir en columnas de silogismos, una verdad inexistente, una futura senda con apellido e historia rimbombante, pero esta vez no dejaría que una piel le moldeara el pérfido carácter, había aprendido su lección, dejaría el exosqueleto, y mudaría hacia las conchas, resistentes corazas que pueden ser despojadas cuando estas ya no son lo suficientemente grandes como para contener el vendaval de viscosidad que crece dentro, y así se imaginó, flotando ante las testas, tenía unas alas de cuervo entretejidas, una capota que le cubría todo el cuerpo, eran plumas de azabache, viscosidad de exuhmante gotera, que humeaban ante su voluntad, dos botines de oxidante hierro le ceñían las plantas, y nada más se escudriñaba entre la maraña de plumas y minerales, era un rey de nuevo en el exilio, fiel patrono de su propio pensamiento, tras la lapidaria dilucidación que acometió en su nuevo y aberrante urraca forma, corrió de lleno hacia los espejos que trastocaban su memoria, se vio de frente, era esa bestia de emanaciones autodidacticas, de historias tramadas en la sagacidad de sus ideas, de caminos manipulados de antemano por el frio y alevoso pensamiento, pero aun entre estas atalayas de negruzcas troneras, avisaba un pequeño y remanente pútrido memento de debilidad, se miró ante el espejo, subía por su plexo, y se encontraba ahí en su desnudo seno, debajo de las plumas, entre los músculos y la sangría, bajo los huesos del rancido pecho, ahí estaba el mecanismo que lo hacía débil, un torpe engranaje que bombeaba el petrolato que le corría por las venas, tomose en hora buena el bridón de sus ancestros,. Y con inquisitiva acometida, destruyo por una maldita buena vez aquel inservible y desquebrajado musculo, tomándolo del sable que atravesaba sus adentros, lo apretó entre sus dedos, haciéndolo chorrear negrura, como si el pequeño artilugio se resistiera a morir entre sus dedos, lo arrojó a los sabuesos, a las manadas de los lobos consientes que devoraban sus pecados, ya era un ser completo, las debilidades se habían lavado en el aceitoso mantra de su verbo, centenares de galaxias se alinearon ante la escoriación de todos los cielos, la marca brillaba alto en su frente, su látigo de celos castigaba a cuanto impune ente cruzaba su mirada, haciéndolos caer en arrebatos de insospechado dolor, era ahora un bestial comandante de los abismos, erigido, en pilares de su mismo y recóndito ego, maquinando el asenso, de su inexistente orgullo, orgulloso ahora, solo le faltaba llamarse, y llamarlo, entre las llamas del imperecedero firmamento:

Al’Zahariel el de las negruzcas alas

Al’Zahariel el trofeo de huesos

Al’Zahariel de los lobos el portento

De penetrantes lanzas, de rollizos verbos, Al’zahariel nació entre los muertos.

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