miércoles, 14 de diciembre de 2011

Epístola a Fernanda.

Diluvios que no cesan en denuesto.
Epístola a Fernanda.

Salmo.
De un intenso cardenal tan absoluto como edén de la noche brotó su incisivo alumbramiento, la luz del relámpago.
Diosa en la Tierra.

Concepción.
Santísimo pecado esculpido del sosiego.
La sonata ocupa el cuerpo.
Pulchri astrum
.

Mantos del Cielo.
Intempestiva nebulosa, vienes y aborreces las nubes lacerantes.
Rapaz a isla griega.
Cuasieterna, cuasiperfecta.
Tu inmortal oro.

Cielo.
No es sino el desolado aliento de Céfiro; murmullo de viento.
Viento a ti.



Ignis.
Ennegrecida puerta del norte, eterno Sol.
Delicada literatura y vieja epopeya.
Dialéctica forma misteriosa irreprochable, irreligiosamente piadosa.

Bosque.
Exhumado romance, vuelvo a ver los ojos, al espíritu máximo del ardor femenino.
Ahora luce el principio.

Trémula.
Digna cuando hunde lo perecedero y vulgar a la posesión del suelo.
Inmutable cisne alado.
Náyade.

Prodigio.
La carabela viaja para la diurna, taciturna y nocturna.
Sobre su lúgubre tarde.
No hay lupanar.
Nada soez.

Cántiga.
Oda musitada derredor.
Vahído el mundo.
El universo abre con fragor las puertas para la imperiosa.

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