lunes, 16 de agosto de 2010

Una puta plegaria del oeste.

Exhumado y atraído al nauseabundo cielo que no es otra cosa que la ridícula pereza religiosamente romántica que da tumbos por doquiér.
Mártires, prostitutas de arrabal y mujeres del desierto que danzan en las cortinas de la soberbia felina.
Mañana, cuando la selva haga justicia al fin al centeno, podremos citar las páginas más densas del pensamiento, palabras antiguas en vocablos extranjeros para la comunión mediática.
Ruega sirena mía por la aparición de las prohibiciones y de laberintos de tu roja boca. Boca manchada de sangre de olivo.
No mueras aún. No ahora que el sol a desgarrado mi alma y las dunas del oeste se apilan una a una para cubrir tu inafortunada piel de cabaret.
Veré de nuevo el vacío de la trémula sed y ofreceré mi conciencia a la primer tormenta.

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