martes, 17 de agosto de 2010

Prístina, parisina y perfumada /fragmento/

Prístina, parisina y perfumada /fragmento/

La luz se retrae sobre el candil, y la habitación se muestra taciturna, y maltrecha de color, se vuelca negra, y aberrante, ella suspira un poco, la oscuridad parece materia, el sonríe, su mente hilvana lujuriosas andadas que lo llevan de ahorcajadas a aquel cuerpo, tan vacilante y lleno de jugosa vida, que está; a solo unos metros de él, Ella tose un poco, para romper el silencio, ese sin sonido incomodo que le provoca una sonrisa maliciosa, y que inflama sus mejillas de un carmesí delatante; El comienza a hablar con la voz entrecortada: - ha sido el viento-, “que viento más oportuno” se dice en sus adentros, camina directo al candil, levemente visible por la luz de los faroles parisinos que se extienden en la lejanía: Pero no llega, se tropieza misteriosamente para ir directo a las piernas de la extrañada señorita, ella no repara, solamente deja que sus miembros se separen como naturalmente lo hace la nieve en primavera, el silencio del aire, deja entre sentir los latidos exacerbados de sus corazones, el mueve rápida y desmesuradamente sus brazos, hacia la cadera, el vestido de encaje alemán, le raspaba los brazos, pero no era rival, contra el deseo que fugazmente le consumía el corazón, la joven, de pronto sintió una extraña, húmeda, cálida y exuberantemente nueva sensación, se vio en la necesidad de emitir sonidos tan inapropiados en aquel parís lejano, ya el rubor que corría por sus extremidades le hacía temblar, jaló al mozo del Frac de lino café, y lo llevo a sus mortecinos labios que yacían un poco descuidados por el embate de la noche parisina, ambos, probaron el dulce sirope, que los labios ajenos dulcemente ofrecen, la noche se inflamó en placer pletórico, demencial, los cuerpos incontrolados de los inexpertos jóvenes, respondían espasmódicamente, los gemidos de mil y un bestias, avergonzaban al zoológico francés de moda, y los almizcles exuberantes harían que las perfumerías más exquisitas se vieran abochornadas, el delicado corset fue ultrajado con saña, y quedo desparramado, en algún rincón de la oscura habitación, las manos se convirtieron en fieles ministros que daban legalidad de cuanto tocaban, sus palmas, escudriñaban, aquellos incólumes senos, que exóticamente se habrían como frutas de alguna prohibido paraíso, y el probarlos hacia recobrar el vigor de mil hombres en un instante, la hermosa calzada que era su abdomen, lo llevaba por un perfecto camino marmolado, donde el oricalco, se remataba en una fuente honda, y que era tan apetecible para morder y tocar, y mas allá de la fuente, se encuentra una cóncava hondonada, levemente adornada por un fino forraje que habría que recorrer para llegar al lugar, donde su boca ahora se hendía, Ho!, Venus de los lujuriosos sueños, fugaz fue tu caída maculada, sobre el impertinente océano, de aquel ilegitimo encuentro naciste tu, y los hombres arrodillados quedaron al momento, Arrodillados como ahora yacía el joven amante, deleitándose, en el manjar inequívoco, de la noche acongojada.

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