martes, 6 de septiembre de 2011

Los aquelarres inmediatos.

Súbita, la larga franja desnuda que teje su oración idílica de jade.

Cráter es su lengua y las pletóricas palabras que evoca cual laurel evidente de bruja.

Dista el jardín de la nostra noite beneplácita y herida como corcel de madera que envuelve con sus labios de flor a la brillante palabra que empuña su mirada de geranio.

Más allá de donde el aquelarre cultive en ella una laguna infinita de rojos vientos que anuncien el último sonido de luz que cante bajo el rostro perfumado de sus rayos de tigre.

Sucre.

Dejando al aullido en un inexistente espejo de teatro humeante, engaña despierta a la locura irredenta como hembra que posa su cuarto tridente sobre el dorado lomo del elefante persa.

Gesto de renacimiento.

Aquí su vida crea corsarios de celofán, soldados de fuego, auroras de conjuro.

Y los ángeles sin flauta que exiguos ven la pausa que hace al beber de la copa de Dios.

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