miércoles, 28 de septiembre de 2011

Apóloga.

Pávido enmudecí al sosiego y revisité las ascuas insufribles del preludio matriarcal.
Se presentó bélica y suspicaz al histriónico déjà vu que develó grandes portentos de la alquimia pagana y el vasto infierno se redujo a una mortaja insípida de ceniza.
El canto holístico de la sirena no se desdibujó dentro del epítome celeste ni esbozó melodías átonas para la corte.
El mecánico arrebato de consagrar al mundo bellas secuelas escépticas, era para el ungido salmo, un réquiem inmemorial.
Ópera prima.
Femme.
Kadin.
El señor de las fábulas preguntó: “¿cómo socabas?”
Asceta mostró sus runas al flagrante feligrés barroco desde la atalaya, desde el cetro, como un encanto arquitectónico y divino de apóloga.

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