Sin sentimientos de culpa cabalgó
por las oscuras aguas del Bósforo
La duna de su amargura convirtióle
en un ente maquiavélico.
Las líneas de su destino apocalíptico
postergaron su catársis
mientras que los ecos de la tormenta
se adelantaron en el nombre de la muerte.
Sin salidas, sin regresos a lo profundo
las banderas de la riviera se alzaron
en un simbólico ritual.
Las sinfonías de la muerte
inundaron las aguas agitadas,
comenzó a arder el navío
de aquellos incredulos creyentes.
Bélicamente el estruendo de las maderas
surcó los ojos de su inevitable caída,
aquél inóspito guerrero levantóse
dirigiéndose al hedor de los corpulentos marinos.
Los leones despertaron
en el festín de sangre y pecado,
tornóse el cielo en un rojo espeso
libre de toda culpa.
El instante revolcó la tierra
la condujo a la eternidad
sepultandola de nuevo
y resucitandola en el próximo suspiro del guerrero.
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