— ¡Mátalo!
—Es en contra mi voluntad...
— ¡Mátalo! Cercenéalo hasta que se evoque a su pasado y se arrepienta del puente donde pisó. Quítale cada uno de los recuerdos, los que no he podido olvidar. Ahógalo si quieres, desintégralo e invítale al arrepentimiento. ¡Si lo hizo Virgilio que lo haga entonces Aragón!
— ¿Cómo saber su nombre?
Entonces Dédalo tuvo ataque de remordimientos. Era como si fuese el arma de un pensante imbécil. Reconoció el fugitivo en el Teatro "Purgatorio", en ese evento que nunca quiso ir y fue, por Dana. El rostro de la joven se opacaba, se nublaba en cuatro pertinentes esferas, o más bien, rígidas líneas, negras, zigzageadas o en contornos invisibles. Esas líneas de llanto, odio, amor, alevosía, tal vez rencor... lo más conveniente, rencor. Se hacía pobre, humillada, una bestia, como lo fue Aragón con ella en tiempos invernales...
Allí me tenía entonces la desgraciada, sin saber cómo soltar el coraje que me tenía. Yo inconsciente, claro, ellos no sabían que los escuchaba, yo era el descarado. Sus ojos ráfagas me ardían las nucas y las yemas de los dedos, anteriormente fue una sensación de placer, ahora ni siquiera sé que es lo bueno de la vida. ¡Cómo me burlaba de la imbécil! Pobre niña, pequeña rencorosa e inestable, infantilerías ¡Cómo ese hombre podía andar con esa criatura! Ni yo mismo me explico cómo logré quererla... ¡Ah! Sí, igual el recuerdo de Alemania con la epidemia de ratas... ¡La gente me señaló de culpable! Ni siquiera sabía que hacían pan. Sí... me apoyaron sobre la mesa y allí amenazaron con un hacha... esa mujer me defendió tanto que de agradecimiento le concedí un hijo -¿por qué tuve que mencionarlo?- y su marido ¡Me quería partir en dos! Y ni lo hizo al fin de cuentas... si sobreviví de un herrero ¿Cómo no podré sobrevivir de una doncella?
— ¡Mátalo!
— ¡No lo haré!
— ¡Lo mataré entonces!
Entre el escombro de las llamaradas encontró un pedazo de metal, fundido, en color naranja mar. Se armó de valor y lo poseyó. Sus ojos más iluminados que la lluvia de asteroides se acercó a la víctima anteriormente su verdugo y con el llanto de su corazón -la memoria de que lo quiso- alzó el arma y lo tiró en el estómago del inmortal. El grito fue el impulso para seguir con la tortura.
— ¡¿Estás loca?! ¡Déjalo en paz!
Dédalo la tomó del abdomen y la alejó de su enemigo. Ella pateaba y se rebelaba: quería cumplir con su cometido.
— ¡Deja que lo mate! ¡Él lo hizo cuando fui joven! ¡Deja que yo me encargue...!
— ¡Tú no serás la que pague sus crímenes! ¿Matar al asesino más fuerte de los tiempos! ¡Mil veces se te cargará la cuenta, más de lo que tú crees!
Pobre tonta.
Dédalo la tenía en sus brazos, protegiéndola del demonio. Huyeron del sitio. La consolaba. Lloraba a su lado.
Mientras tanto me deshacía entre las cenizas del pasado... otra vez ella me aniquiló.
No hay comentarios:
Publicar un comentario