El ojo de Anís
De el advenimiento de Malbharar
(extracto)
Versículo del lamento
La tarde llega siempre roja en Hal-et'Arna, las estrellas salpican levemente los pozos
lunares, los vientos se regocijan en los campos de flores, las doncellas complacen fugazmente a sus hombres, y el cuerno de guerra amenaza la inexistente paz del levante, algunos de ellos regresan presurosos hacia el palacio de Bel-Famur, sus malas nuevas se presagian por todo el reino, las mujeres lloran desde los balcones, las barcas funerarias zarpan pincelando la mar con tétricos mementos de dolor, el semblante hermano desaparece en las caras, los reyes se lamentan, los príncipes mueren en la guerra, las doncellas se inmolan, los corazones mueren palpitando en sus ultimas notas el llanto de su mancillada tierra...Y en el ultimo reducto con el temple hecho pedazos, La élite de Hal-et'Arna se defiende, grita, corre en unísono se forma y desbanda, ataca y retrocede da una vuelta y se pertrecha y vive, vive en pie en lucha, presta con la espada, y el fervor en la presencia, solo un terco sosobramiento antes del inevitable desenlace, las estaciones se encabalgan unas tras de otras, se apresuran en el horizonte, la Élite se va menguando, cual luna en el espacio, la invasión se detiene un momento, dejando inhalar de apoco un trago de aire, mas lo hace como la ola que se va en retirada organizándose para romper brumosa sobre la playa, el final ya esta muy cerca, nuestros dioses se desentienden, y nos abandonan al juicio de los dioses enemigos, finalmente nos repliegan hasta la ultima torre en Hal-et'Arma, las espadas rotas ya no sirven para nada, piedras fornitura y palabrerías son nuestros portentos, las picas entran destripando el silencio, los capitanes yacen empalados, los cuartos salpicados de rojo, son un fugaz recuerdo, y mi cuerpo se desprende, comienza a yacer, lo único que lo sostiene es la pica que atraviesa su armorizado cuerpo, no hay dolor no hay lamentos, ya la vida se la lleva un etéreo tormento, con sus últimos destellos de conciencia, con la ultima voluntad, exhalando un estertor modesto, su cuerpo tomo una flor de anís, que crecía ente las baldosas de la oscura torre, y su dios reconoció el momento, bajo ominoso desde lo mas alto, de su trono, su carruaje de cuervos grazno el horizonte, sus huestes de muertos, tomaron al invasor y lo redujeron a restos, y los demás dioses bajaron en son de guerra, repartiendo su inequívoco juicio sobre el enemigo, tomando a su extranjero dios y destruyéndolo, unificando la primigenia vida en su universo...
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